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¿Vivirán astronautas de la NASA o taikonautas chinos en cuevas lunares?

Un equipo de astrónomos italianos de la universidad de Trento acaba de publicar un detallado análisis de una cueva lunar. En concreto, un estudio mediante radar de la boca de entrada y primeros tramos de una galería que puede extenderse un centenar de metros bajo la superficie.

Estrictamente, las cuevas lunares no son un descubrimiento nuevo. Hace medio siglo que había teorizado sobre su existencia Verne Oberbeck, un planetólogo contratado por la NASA. La primera se localizó en 2009, gracias a las imágenes enviadas por la sonda japonesa Kaguya. Después, otros satélites, especialmente el Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO) han ido añadiendo más al catálogo. Hoy se conocen más de 200.

La cueva estudiada ahora es un agujero de 45 metros de diámetro y hasta 80 metros de largo. Cuando el sol cae en vertical sobre él puede verse el fondo, 150 metros más abajo, tapizado de rocas. Este accidente se encuentra en Mare Tranquillitatis, a unos 400 kilómetros de donde aterrizó el Apolo 11.

Su origen se atribuye al colapso de un tubo de lava, la estructura restante de un flujo de material fundido que ocurrió en épocas muy remotas, cuando las grandes llanuras lunares todavía eran jóvenes. Esas formaciones también se encuentran en zonas volcánicas de nuestro planeta.

Las paredes de la cueva de Tranquillitatis parecen cortadas a pico. Depositar un vehículo en su fondo exigiría bajarlo con algo parecido a una grúa. Otras, en cambio, presentan laderas con rampas de unos 45º, demasiado empinadas para que las supere un vehículo con ruedas, pero existen alternativas. Está en estudio un robot saltarín con patas que podría encontrarse muy a gusto explorando esas simas.

El trabajo de los astrónomos italianos se ha basado en datos de radar obtenidos por el LRO hace más de cinco años. Suele ocurrir: las bobinas de cinta magnética en la que se recogen los datos pueden pasar lustros almacenadas hasta que alguien las necesite para realizar algún estudio en concreto.

Sucedió con cientos de imágenes transmitidas por los Lunar Orbiter que en los años 60 prepararon el desembarco de los primeros astronautas. Una vez utilizadas para seleccionar los lugares donde posarse con más seguridad, quedaron olvidadas en un almacén hasta que una analista las descubrió. Y no solo las bobinas, sino también un ejemplar obsoleto de la máquina que permitiría leerlas. Al pasar las fotos por un sistema moderno de procesado de imágenes, su calidad asombró a los propios técnicos. Nunca se había podido apreciar con los antiguos equipos analógicos.

Esta vez, la clave estaba en un ligero exceso de brillo en los ecos del radar que se observaba en las proximidades de la entrada de la cueva en Tranquillitatis. Probando diferentes simulaciones concluyeron que la cavidad se prolongaba más allá, quizá hasta unos 50 u 80 metros. Eso supone una caverna del tamaño de una piscina olímpica. Llegado el caso, constituiría una buena estructura donde establecer un refugio para futuros astronautas. A esa profundidad quedarían a salvo del impacto de meteoritos y el bombardeo de rayos cósmicos quedaría muy amortiguado. Además, como ocurre en las grutas terrestres, el mineral ayudaría a moderar las diferencias de temperatura entre día y noche.

Los autores del hallazgo de la cueva destacan que la accesibilidad y la inclinación del conducto son prometedoras para establecer una base lunar y que tales cuevas podrían ser comunes bajo las llanuras lunares. Y apuntaban que podría ser crucial para las misiones lunares, ya que la superficie de la Luna es extremadamente hostil, con temperaturas extremas (entre 127 y -173 grados) y alta radiación cósmica y solar. Por lo tanto, encontrar sitios seguros para la infraestructura, como estas cuevas, es esencial para una exploración sostenida. La NASA ya había considerado la posibilidad de establecer una futura base cubriendo sus paredes con una espesa capa de regolito lunar. Inicialmente, China había apuntado esa opción, pero de momento, no ha anunciado planes en concreto.

Hace cosa de medio año se filtró un vídeo de la Agencia Espacial Nacional de China, probablemente destinado a consumo interno, que revelaba detalles de su plan para colonizar la Luna. Mencionaba el aprovechamiento de los tubos de magma para construir módulos habitables subterráneos, estructuras inflables que serían revestidas de material aislante mediante robots y la construcción de una estación orbital alrededor de la Luna desde donde controlar misiones robóticas de exploración y búsqueda de recursos.

El vídeo planteaba también la posibilidad de perforar túneles en la superficie lanzando un misil desde órbita lunar. Esta hipótesis suena más a ciencia ficción que a realidad, pero estamos hablando de un plan a largo plazo, en el que China probablemente colaboraría con Rusia en los lanzamientos y construcción de la futura Estación Internacional de Investigación Lunar.

¿Para cuándo? Hace años se hicieron planes de colaboración ruso-china entre 2031 y 2035, pero la agencia china apuntó en algún momento que pensaba empezar un programa robótico en tal sentido dentro de este mismo decenio. De hecho, la próxima sonda automática Chang’e 7 repetirá el trabajo de su predecesora, recuperando muestras de la cara oculta lunar. Eso será en 2026. Y la Chang’e 8, anunciada para el año siguiente, tendrá por misión “ensayar tecnologías dirigidas a la construcción de una base lunar internacional”.


(Con información de El País)

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