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Asistentes digitales para el hogar facilitan la vida a costa de la privacidad

“OK, Google. Toca mi playlist de canciones para días de calor. OK Google, enciende las luces de la pieza de los niños”. Estas son solo algunas de las órdenes que se le pueden dar al asistente Google Home, dispositivo digital que permite que una persona pueda controlar su casa, hacer preguntas cuyas respuestas se encuentran en la red o buscar y proyectar películas, entre otras cosas.

No es el único. Amazon lanzó hace dos años Echo, un parlante cilíndrico con siete micrófonos que “escuchan” en todas direcciones para captar la voz del usuario. También funciona como un asistente del hogar realizando funciones similares a las de Google Home. En tanto, Lenovo presentó en la reciente feria CES de Las Vegas el Smart Assistant, un parlante muy parecido al Echo, de hecho usan el mismo software.

“Este tipo de aparatos permite consolidar la idea del hogar inteligente. Actualmente, los usuarios compran soluciones por separado, como cámaras, luces o sensores. Este tipo de dispositivos los controla a todos de una manera sencilla”, dice Cristián Peña, analista de IDC, empresa de análisis del mercado de la tecnología.

El “cerebro” de estos aparatos, aunque parece mágico, es una conjunción de los últimos avances en el desarrollo de software. “Su ventaja es que los usuarios utilizan una interfaz más natural, como es la voz, en vez de emplear comandos que se ingresan con un teclado”, dice Jorge Pérez, del Centro de Investigación de la Web Semántica.

Según el investigador, los avances en “procesamiento de lenguaje natural” permiten que las ondas de sonido sean entendidas como palabras y oraciones. Luego el software hace un análisis sintáctico. “Es igual que las clases en el colegio. Identifica cuál es el verbo, es decir, la palabra que marca la acción. Por ejemplo, buscar, tocar, encender, calcular. Esto lo hace parecer inteligente, pero son solo un conjunto de reglas que la máquina ejecuta una tras otra”, dice.

Como las grandes empresas ahora disponen de gran cantidad de datos almacenados, “los asistentes digitales van ‘aprendiendo’ las distintas formas en que las personas le hablan al dispositivo”, aclara Pérez. Por ejemplo, saben que “dime qué hora es”, “cuál es la hora” o “cuánto falta para las tres” son expresiones para conocer la hora.

Para que estos aparatos reciban órdenes, sus micrófonos deben estar siempre alertas. Los fabricantes dicen, eso sí, que el software se activa cuando escucha la palabra clave definida por el usuario y que solo dicha información es la que procesan. Sin embargo, muchos usuarios desconocen que esa información no está dentro del dispositivo, sino que se envía a los servidores de Google o Amazon para ser procesada.

Esto explica que hace unos días un aparato Echo haya sido considerado por un juez de Arkansas (EE.UU.) como “testigo privilegiado” del asesinato de Víctor Collins. El magistrado solicitó a Amazon que entregara la información almacenada en su servidor como, por ejemplo, las órdenes que se le habían dado y si tenía grabaciones de audio adicionales. La empresa se negó, aclarando que solo almacenaba las órdenes dadas con la palabra clave.

“Los datos valen oro. Es el sustento de sitios como Facebook y Google. El primero, por ejemplo, comenzó como una red para conectar personas, pero ahora es una empresa que monetiza las relaciones entre personas. No creo que la información de los asistentes personales se use para perjudicar a los usuarios, pero sí creo que esos datos están siendo almacenados y analizados para mejorar sus sistemas y conocer el comportamiento de los usuarios”, opina Pérez.

Por El Universal

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